Post 16 (Esp)
Mi mamá y mi tía (no mía tía de sangre, pero sin embargo la considero tia) llegaron a Londres a mediados de los 70, a los 23 años, y en un plan de intercambios que conectava a mujeres colombianas con familias inglesas que buscaban niñeras que vivieran en casa......
Asistían a una escuela de inglés durante el día y se ocupaban de los hijos de otras personas el resto del tiempo, pero no pasó mucho tiempo antes de que "escaparan" y se trasladaron a una vibrante parte de la ciudad y convivir con una comunidad muy internacional de okupas; haciendo trabajos varios donde podían para obtener algun ingreso..
Escucharlo ahora es una historia de aventuras de autodescubrimiento y autorealizacion. Libre de las expectativas y restricciones de las familias católicas conservadoras, Londres tenía la promesa del hippismo, libertad, exploración y un sitio en el que construir vidas antes inimaginables. Describen su recepción aquí no como hostil, sino “exótica”, “todos nos querían porque éramos los mejores bailarines, hasta que llegaron los cubanos”. Al igual que mi padre, que es hijo de inmigrantes judíos en la costa este de América del Norte, Gran Bretaña había exportado a Los Beatles y, a su vez, había traído a veinteañeros de rostro fresco que buscaban unirse a la fiesta y deshacerse de las presiones familiares y culturales del hogar. Juntos fueron algunos de los primeros tenedores de puestos en Camden Market, de vez en cuando les preguntaban si traficaban cocaína (no lo hacian) y festejaban con el guitarrista colombiano de Eurythmics Chucho Mérchan. Suena muy divertido.
Mi relación con mi identidad colombiana puede parecer compleja y sin ancla, particularmente cuando se entrelaza con los privilegios y particularidades de mi propia educación y presentación de blancos. Si bien visitamos Colombia una buena cantidad veces cuando ninos, nunca he vivido allí, el español se torna torpe en mi boca y no estoy realmente conectada con ningún tipo de comunidad latinoamericana en Londres. Dicho esto, hay una conectividad profunda e indescriptible que siento cuando escucho hablar español colombiano; o el sentimiento especial que me embarga cuando estoy allí o en cualquier otro lugar de América Latina, y rodeado de muchas más personas que se parecen a mí; o la forma en que se me eriza la espalda cuando mis compañeros de viaje gringos hacen generalizaciones o repiten los estereotipos usuales sobre toda una nación y su gente y su verdadera forma de vida.
A veces me pregunto si estoy exotizando mi propia herencia, con mi preferencia, por ejemplo, por el pueblo de la montaña donde mi abuela nacio, con sus uniformes casas de adobe blanco y verde, donde los viejos visten los tradicionales sombreros vueltaios, y puedes jugar al tejo en la plaza principal como bolos pero con pólvora). O comida callejera, viejas cumbias y vallenatos, y viajes en autobús mirando abismos que te hacen comer las uñas, por montañas con pequenos santuarios a ambos lados de la carretera. Mientras algunos de mis primos generacionales intentan negociar complejos sistemas de inmigración para construir nuevas vidas en Miami, yo tengo dos pasaportes y paso varios meses en una comunidad maya en las tierras altas de Guatemala, escribiendo una disertación sobre la importancia sensorial del maíz en la construcción. de identidad y hogar. Los caminos del deseo fluyen en todas direcciones, y las oposiciones se sientan una al lado de la otra en la insuficiente media-colombiana que suelo emplear para explicar porque el pelo negro y mi terrible español. Por supuesto, nunca eres la mitad de nada, es desordenado y confuso y lleno de amor.
Luisa Gerstein